miércoles, 16 de noviembre de 2011

Vistiendo recuerdos


Recordar podemos entenderlo como la acción de traer al presente algo que pasó en el pasado, un pasado no necesariamente lejano en el tiempo. Unas veces nos cuesta mucho recordar cosas, otras los recuerdos bombardean nuestra cabeza, incluso hay veces que nos llegan a atormentar, pero en cualquier caso, el recuerdo es la base de una civilización y de nuestro día a día, siendo el eje principal del aprendizaje.

Una vez introducido el tema (con más o menos acierto), centremos los recuerdos en aquello que nos provoca o desencadena el fenómeno de revivir el tiempo pasado, pero sólo en esas vivencias buenas, placenteras y que son capaces de emocionarnos con solo imaginarnos de nuevo en ese fotograma tan anhelado ¿No es increíble cómo con el olor más efímero o la música más sincopada podemos alcanzar lo que nos hizo feliz ayer?  A mí me encanta oler esa colonia que mi madre me echaba de pequeña, el tacto del aceite con el que masajeaba y cuidaba mi cuerpecito, oír esas canciones que cantaba a grito pelado en el coche de camino al pueblo (aún no sé cómo mis padres me aguantaban, debe ser ese “amor de padres” del que hablan por ahí…)… Pero la herramienta “recordadora” por excelencia es la fotografía. Cuando ojeamos los albumes de fotos (sí esos libros grandes de tapas gordas llenos de hojas brillantes de papel donde salíamos), en muchas ocasiones sólo con ver la instantánea nos acordamos perfectamente del momento en el que la cámara capturaba nuestros rostros o aquel paisaje tan especial, que desde entonces habitan en el limbo de los recuerdos.

Mención a parte merece la moda. La ropa y los accesorios son grandes narradores de la historia, ya que  nos han contado cómo fuimos en la prehistoria y traducen lo que somos hoy. Los diseñadores con sus creaciones han confeccionado parte de nuestro imaginario social, bordando las tendencias del momento, que quedarán para siempre en las retinas de las maniquíes de la época y en las que nos hemos interesado por el legado de la historia. Por tanto, la ropa también es capaz de generar recuerdos. Quién no recuerda ese abriguito que tanto nos gustaba de pequeños o ese pijama – buzo con cremallera, donde metías los piececitos y estabas tan calentito (aunque eran un rollazo para ir al baño…), o esos zapatos de tacón de mamá que te ponías a todas horas y recorrías toda la casa haciendo un ruido martilleante, totalmente “melódico y armonioso” para los vecinos de abajo (nótese la ironía…)  Pero también hay prendas que no recordamos cuándo las usamos o que ni siquiera son nuestras, pero gracias al recuerdo de terceros hemos fabricado nuestra propia historia y con ella nuestro propio recuerdo. Podríamos llamar a este tipo de recuerdos, “recuerdo artificial o sugerido”, porque aunque no nazca de nuestra experiencia pasada, la evoca como si así fuese. En muchas ocasiones, esa ropa perteneció a gente querida que ni siquiera llegamos a conocer, pero por el hecho de ser de ellos, ya las guardamos celosamente, convirtiéndose en un vestigio de ese oasis recurrente de recuerdos. Ortega y Gasset decía que no había que mirar hacia atrás, que somos “yo y mis circustancias”. Pero, ¿qué sería yo sin ese “yo y mis circustancias” de mis antecesores?,  no sería nada, sólo un recuerdo sin raíces que nadie pudo recordar, porque mis vivencias se irán conmigo sin dejar siquiera un fino aliento. Por eso, a mí me gusta recordar, unas veces trayendo olores, otras veces sonidos, palabras o cosas que un día fueron presente y que hoy ya se han convertido en pasado, pero un pasado muy presente gracias a mis recuerdos. Y por todo esto, quiero seguir practicando la fantasía del recuerdo, hasta que una memoria caprichosa y cansada me lo permita…

Os dejo con un bodegón con algunos de mis recuerdos.




Hasta siempre! Siempre que eso signifique que habrá un mañana…

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